viernes, 29 de abril de 2016

ALDEAS HISTÓRICAS PORTUGAL.- Etapa 2 Sabugal-Monsanto













Todo en este viaje estaba calculado para ir de menos a más, o mejor de bueno a muy bueno, los hoteles cada vez mejores, los paisajes y pueblos cada vez más bonitos, así que el tiempo se quiso sumar empezando por lluvias y oscuridades para ir mejorando y terminar en una traca final de sol y cielo azul. Así pues hoy tocaba un tiempo de nubes y claros, un pueblo final de maravilla (Monsanto), y una bonita casa rural portuguesa, pero tuvimos además una sorpresa final totalmente inesperada, que luego contaré.

El recorrido de aldeas históricas incluye hoy una de las imprescindibles, Sortelha, pero los alojamientos en ella son limitados, así que habíamos optado por dormir en Sabugal y hacer un bucle de ida y vuelta para conocerla. Fueron 24 kms en total que no se si merecieron la pena, el camino era de rampas duras y a media mañana tras mucho esfuerzo volvíamos al punto de partida, con una sensación de déjá vu poco agradable.

La salida de Sabugal como siempre bajando hacia el río por delante del monumental castillo en la loma, muchos enemigos debía de tener esta gente y siempre venían del mismo lado, de España. Primeros kilómetros por grandes pinares con pistas anchas de buen firme y pasamos la Aldea de Santo Antonio. Después por despoblados fantasmales (“Terreiro das Bruxas”, se llamaba el lugar), y al fin por una subida muy dura hasta lo alto de la montaña. Desde allí ya es todo bajada viendo delante las murallas y el castillo de Sortelha.

Sortelha nos gustó mucho, la ciudadela está construida sobre el monte de granito, con todos los edificios de piedra y el pavimento empedrado también, te da la sensación de estar en medio de un bloque gris y austero sin espacio para un poco de tierra, algunas macetas y naranjos suavizan un poco la vista. Paseamos por todo aquello, foto con el pelouriño, y de vuelta otra vez, el camino es ahora cuesta arriba así que nos parece algo menos bonito.

Por el camino viene un rebaño de cabras con su pastor en un Opel Corsa, ¡menudo vago!. Nos dice que los perros que trae muerden, que nos apartemos a un lado del camino. Así lo hacemos pero nos llevamos la impresión de que es una excusa para que no le desorganicemos el rebaño, bueno, tenemos claro que deben primar las actividades locales sobre las ciclísticas, y si este listillo se ha llevado la alegría de engañar a unos tontos españoles pues mejor.

Al fin desembocamos cerca de Sabugal, cerramos el bucle y nos encontramos en el mismo sitio que tres horas antes, pero más cansados. Ahora empieza la ruta de verdad, hacia el sur por pistas y paisajes de montaña, más arroyos y barrancos hasta llegar a Meimao, un pueblo bastante importante pero que no debe de tener ni un metro cuadrado horizontal, todo calles arriba o abajo salvo la parte baja, con monumento al emigrante y templete para orquestas. Se ve que a los emigrantes portugueses les fué peor que a los españoles o bien eran menos fantasmas, porque por aquí no se ven casonas de indianos.

Al rato bajada hasta el embalse de Meimao, extenso y muy ramificado, que nos obliga a pasar hora y media ciclando por las pistas de las márgenes hasta rodearlo y poder cruzar sobre la presa. No es mal paisaje, pero de nuevo tenemos la sensación de ir dando vueltas sin avanzar claramente hacia el objetivo.

A eso de las tres, muy tarde para los estómagos portugueses, llegamos a otro pueblo de nombre parecido, Meimoa, y contra todo pronóstico encontramos un restaurante abierto donde nos dan una fantástica comida por el ridículo precio de 7€. Cinco platos de sopa de pescado por barba, dos de bacalhau (dourado esta vez), postres de cocina, cafés y muchas cervezas nos matan finalmente el gusano de la tripa. El restaurante está lleno de gente del propio pueblo, no me extraña, yo tampoco cocinaría si tuviera cerca un chollo como este.

Salimos de nuevo a los caminos arrastrando el tripón, pero la ruta es tan bonita que pronto empezamos a disfrutar de nuevo, prados de vacas, grandes extensiones de unas flores amarillas que no conocemos pero que huelen muy  bien, más dehesas de alcornoques, subidas y bajadas, y también nuevos vadeos. Pasamos Penamacor y Aldea do Bispo y aprovechamos una gasolinera para dar un manguerazo a las bicis que ya van sonando a carraca con tanto barro acumulado, arreglamos algún pinchazo, y ya entre unas cosas y otras avistamos a lo lejos un cerro de bolones de granito y arriba Monsanto, nuestra meta de hoy.

Monsanto está en lo alto, pero mucho, tenemos aquí el último sufrimiento pero ya se hace con muchas ganas. Preguntamos a las señoras del pueblo dónde está el hotel “Casa do Chafariz”, pero ellas solo nos entienden la última palabra, chafariz significa “caño”, así que nos mandan repetidamente a la fuente del pueblo. Al fin entramos en el casco medieval y en lo alto está el hotelito, con la puerta cerrada. Llamada a la Senhora Celeste que es la encargada, y se planta allí en un momento y nos abre la casa que es espectacular, con un patio empedrado y grandes habitaciones alrededor, algunas con la pared del propio piedrón de granito.

Cómo llegaremos de barro y mojadura que la señora se ofrece amablemente a lavarnos y secarnos la ropa gratis, lo agradecemos y llenamos tres bolsones de ropa embarrada, qué bueno, esto es como cuando de pequeño llegabas del fútbol y dejabas todo tirado por el suelo del baño y milagrosamente al dia siguiente aparecía todo lavado y planchado sobre la cama. Manguerazo a las bicis, duchazo a nuestras personas, y salida por Monsanto a buscar un sitio para el “yantar” (la cena), estamos fuera de temporada y todo parece cerrado. Después de vagar por el pueblo llegamos al único sitio abierto, “A Taverna Lusitana”, un bar pequeñito donde nos ofrecen unas tablas de quesos y “enchidos” y unas cervezas, nos vale, aquí haremos la cena.

Y en ese momento ocurre algo inesperado que se convierte en una de esas experiencias que recordarás toda la vida. Empieza a entrar gente con fundas de instrumentos musicales, se sientan, se piden un hidromiel y se ponen a darnos una jam session de música tradicional en directo increíble. Hay un escocés que toca el banjo y la guitarra hawaiana (steel guitar), un portugués y un inglés con guitarras, y una checa con violín que parece recién salida de un conservatorio ruso. Tocan como los ángeles música celta, clásicos de Pete Seager, Beatles, de todo. Al rato el ruido atrae a un polaco jovencito que ve la oportunidad de beber gratis y vuelve con un pandero, pero este tocaba bastante peor. Nos cuentan que pasan el invierno en Monsanto, se han conocido allí y han formado este grupo desinteresado, no cobran por tocar, lo hacen por el disfrute y porque les gusta la música. Esta gente bohemia a mí siempre me alucina. Les pagamos una ronda y eso es todo, al cabo de casi tres horas de concierto nos retiramos al hotel. Estas cosas inesperadas que te ocurren en la bici le dan mucho encanto al tema, me recordó aquella vez que Nico y yo nos encontramos en el pinar de El Hornillo a un tío con un violín que nos dio una serenata solo por el gusto de hacerlo.

Aquí se acaba el largo y emocionante día, 87 kms y algo más de 1.400 mts de ascensión, nos quedamos durmiendo como reyes en nuestros camones entre las bolas de granito, mañana amanecerá otro dia de ciclismo, eso sí, con la ropa seca y planchada.



1 comentario:

  1. Os imagino a Nico y a ti bailando del bracete y zapateando trapatatrapa con la suela metálica de los calapies.

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