Quedamos dormidos en el hotel A Muralha tras
una copiosa cena (me encanta eso de copiosa) portuguesa de las de antes, un “Menú
Turístico” a 16 € que incluía un sopón de verduras y un estupendo solomillo de
vaca con huevo o una gran ración de bacalhau a Bras, o frito, o con salsa de
gambas y cervezas a voluntad. Se durmió como se pudo con ese exceso en la tripa
y con los ronquidos del compañero, aquí cada uno sabe lo que hubo, que dormimos
de dos en dos.
Preparativos y engrases, unos con
herramientas y aceite propios y otros, los de siempre, tomándolos prestados,
mejor no dar nombres no sea que yo mismo no quede muy bien. Por fin a las 8,30
salida oficial por las calles de Almeida, o mejor, pre-salida oficial porque
media hora después hubo que volver por uno que se había dejado la cartera.
Tras una vuelta turística por las murallas
salimos bajo el arco para empezar a buscar las pistas que nos acabarían dejando
en Sabugal a media tarde. El día nuboso y con lloviznas pero menos malo de lo
que prometían los pronósticos. Primeros kilómetros en una refrescante cuesta
abajo y parada sobre el puente medieval del río Coa, que se encajona allí en un
rugiente desfiladero, con las lluvias recientes el caudal era tremendo así que
mejor no pensar que luego tendríamos que vadearlo aguas arriba.
Vamos recorriendo las pistas embarradas y
superando los arroyos de una u otra forma, en el primer pueblo nos cruzamos con
unos rebaños de extrañas ovejas que tienen cuernos, ellos y ellas, así como
churros retorcidos y abiertos, me he documentado y es la raza Mondegueira, propia
de esta comarca de La Beira. Los pastores que las llevaban eran de raza normal portuguesa
y muy deseosos de hablar, como todos los pastores que nos encontramos siempre.
A media mañana llegamos a Castelo Mendo, otra
de las Aldeas Históricas. Entramos por la puerta de la muralla y nos damos una
vuelta por el castillo y las calles empedradas, y nos hacemos la inevitable
foto en el “pelouriño”, la picota o rollo donde encadenaban a los delincuentes
para ejemplo general, los veremos en casi todos los pueblos.
Larga bajada por un camino flanqueado de huertas
y alcornoques centenarios, baja y baja y llegamos al fin al río Coa, pero esto
parece el Ebro, su caudal multiplicado por diez ruge y ocupa de orilla a orilla
el cauce, hay remolinos y arrastra ramas, el cartelito indicador del GR22 y del
vado están casi bajo el agua. Nos miramos en silencio y no hay que hacer
votaciones, por aquí no vamos a pasar, media vuelta y a remontar el cauce
interminablemente para buscar un puente. Este incidente nos cambia los planes,
se acabó el briefing, ahora será cosa de sobrevivir y salir por donde podamos.
Remontando junto al río por caminos
embarrados acabamos en una zona de molinos de agua abandonados, vadeamos varios
arroyos y llegamos al pueblo de Jardo, aquí hay puente y por fin cruzamos. A
estas alturas estamos mojados y embarrados, y con esa sensación de estar dando
vueltas y no avanzar kilómetros de verdad.
Dios aprieta pero no ahoga, así que a partir
de este momento los caminos pican para arriba y salimos de las profundidades de
los valles sombríos subiendo hacia paisajes más despejados, lomas ventosas de
granito duro y pueblos austeros y despoblados, Porto da Ovelha, Vila Maior, Rebolosa,
muchos perros ladradores pero cero personas salvo en los localitos de la Junta
de Freguesía y en el Hogar del Jubilado. No hay restaurantes abiertos a estas
horas de comida españolas (ni a otras, me temo), así que apañamos en un bar
tristón una triste “comida” con unas cervezas y unas bolsas de patatas y
cortezas (turreznus), esta será la solución también otros días.
Finalmente a eso de las siete llegamos a
nuestros destino, Sabugal, un pueblo grandón y más moderno, aunque también con
castillo y restos de muralla. Alojamiento en el Hotel Robalo (lubina), un
establecimiento moderno y bastante correcto donde su emprendedor propietario,
el Señor Robalo, oficia de
recepcionista, director, barman, mozo de lavado, aparcabicis, técnico de
mantenimiento y hasta de cocinero en el vecino Restaurante Robalo. Me recordaba
esas marionetas en las que el mismo teleñeco sale de detrás de cada mostrador
vestido con un uniforme diferente cada vez.
La cena en el restaurante Robalo, próximo al
hotel, una antigua cuadra reformada con techos de madera, luces bajas y grandes
jarrones de azucenas naturales, un entorno que seguramente merecía un público
más romántico que estos siete ciclistas hambrientos. Mas estupendo bacalao
frito con ajos esta vez, sopas, entremeses, ensalada de pamplinas (Maruxas), opípara
cena aunque a precios algo altos para Portugal (22 €). Nos despedimos del
Senhor Robalo, impecablemente vestido de cocinero esta vez, y nos vamos a la
cama.
Primera etapa de 84 kms. Y 1.500 mts de
ascensión, dura y mojada pero con hermosos paisajes, mañana a desayunar a las
8, cuando haya venido el pan.
Se me olvida........
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