Penúltima etapa del viaje con un perfil en
principio más “benigno” que las anteriores, un comienzo de mucha bajada y un
final de bastante subida, que al final no fue tanta como se temía.
Destacaba por lo bueno la mermelada casera de
“bobora” (calabaza), con un puntito de alguna especia que no supimos
identificar, y por lo malo, como en todo el viaje, la falta de zumo natural de
naranja, no debe de ser costumbre en Portugal, en todos los sitios el mismo
Tang rebajado. También nos pusieron unos huevos revueltos con bacon, que conste
que eso solo lo comemos en los días ciclistas.
Larga, bonita y peligrosa bajada por esta
calzada empedrada con curvas y porcentajes complicados, nos vamos alejando de
Monsanto hacia Indanha-a-Velha por los campos. Tomamos un desvío para entrar en
las zonas cerradas del parque natural y nos encontramos un grupo de unas diez
mujeres y solo un hombre, el “bom día” sonó un poco raro y por eso vimos que
eran españolas, bueno, y porque iban contentas y habladoras y vestidas de
colores vivos, las portuguesas son más tristonas. Estuvimos un rato charlando y
haciendo fotos y cada grupo se fue hacia su destino, no sin que nos previnieran
sobre unos toros que nos íbamos a encontrar más adelante.
Indanha a Velha es un pueblo lleno de ruinas históricas:
romanas, medievales y aún posteriores, con una muralla de varios metros de
espesor que cómo no, mira hacia España. Como
suele pasar la población no puede aguantar el peso de tanta historia y se ha
mudado a Indanha a Nova, el pueblo sin raíces que tiene toda la gente y la
vida, aquí sólo quedan las piedras, los perros y los viejos. Nos dimos una
vuelta, pateamos algunos perros ladradores, nos hicimos la foto en el paso del
río y el pelouriño y nos reunimos en la salida tras buscar a Nico, que se había
parado en una roulotte que vendía panderos de artesanía.
A eso de las cuatro entramos en Aldeia
de Santa Margarida muertos de hambre y de cansancio y buscamos cómo no un
restaurante para comer, cómo no sin resultado alguno. Hay una cervejaria oscura
donde el dueño nos dice que no tiene cocina, que como su letrero dice él solo
vende cerveza. Nos indica otro sitio regentado, menos mal, por un joven
emprendedor deseoso de pillar unos euritos a cambio de un poco de esfuerzo, y
aunque no tiene plancha (dice que el Gobierno se lo prohíbe) sale por el pueblo
y vuelve con bolsones de patatas y bocadillos fríos de jamón y queso. Eso con
varias cervezas fue ese día nuestra comida. En el ratito de relajo posterior algunos
nos mostraron sus técnicas “Cómo dormirse sobre el tapón de una botella”, o “Cómo
tomarse un café en piloto automático”, grandes lecciones de supervivencia que
aprendimos bien.
El día va declinando y nos vamos
acercando a destino, Castelo Novo, que según el mapa está al final de una larga
y penosa subida. Antes paramos otro rato en Atalaia y entramos en un bar, y,
casualidad, tienen una gran tele dónde están retransmitiendo el Madrid-Rayo,
como hoy andamos bien de tiempo decidimos quedarnos a verlo, que no todo va a
ser bici en esta vida. Los atléticos, después de rabiar un rato, deciden seguir
camino acompañados de los no futboleros, y los demás nos quedamos a disfrutar
del espectáculo con los portugueses, que animan al Madrid por Cristiano y por
Pepe.
Castelo Novo está situado en la
falda del monte rodeado de un paisaje verde y con mucha agua, hay plantaciones
de frutales y bosque, ruiseñores cantando en los sotos, no se puede pedir más.
El pueblo con núcleo medieval y castillo en lo alto, y también en lo alto
nuestro hotel de esta noche, Casa Petrus Guterri.
Teníamos muchas expectativas con
este alojamiento, era el más caro y tenía buena pinta en Booking, y no nos
defraudó. Es el antiguo balneario completamente rehabilitado por la propia
familia propietaria con buen gusto, madera y antigüedades por todos sitios,
habitaciones amplísimas y luminosas, una para cada uno, allí dormimos como
reyes sin oír más ronquidos que los propios, que como es bien sabido no
molestan.
La dueña (Senhora María) es una
mujer cariñosa y deseosa de atendernos, me recordaba un montón a mi abuela
Elvira. Nos contó la historia del lugar y nos dijo orgullosa que el arquitecto
que lo restauró es su hijo mayor, y el electricista su hijo pequeño. Para
terminar tanta armonía familiar nos presentó a su marido, pero este no hacía
más que vivir relajado en las habitaciones que tienen reservadas para ellos,
mientras la señora trota por las escaleras atendiendo a la gente.
Tuvimos mucha tarde para conocer
el pueblo, subir al castillo y pasear por las viejas calles, y para cenar en el
restaurante que habían abierto para nosotros, a petición también de la señora
María. Sopón de champiñones, arroz horneado con pato, más bacalaos y carnazas
de porco a la parrilla, que son la especialidad. Estas cenotas deberíamos
pagarlas sufriendo en la cama pero dormíamos como los ángeles, creo que el
cuerpo llevaba tal déficit de calorías que asimilábamos todo según iba cayendo
por el gañote.
Termina la jornada, 58 kms. y 1.000
mts. de ascensión, no mucho para lo que llevábamos en días anteriores. Aquí nos
quedamos durmiendo en nuestras espléndidas habitaciones con la paz del que duerme
solo, mañana última etapa y día complicado, porque hay que completar 50 kms con
gran subida, pillar una furgo-taxi hasta Almeida, montar en nuestros propios
coches y llegar a Madrid, todo en un solo dia. Las rutas van tocando a su fin y
los blogs también, queda solo un último impulso, a por él!
Muchas gracias por colaborar al recuerdo de tan agradable experiencia con tus relatos. Han sido unos días fantásticos de bici y muchas más cosas, como bien escribes. MA
ResponderEliminar