FOTOS DE LA RUTA
Un año más de escapadas ciclistas primaverales, y van nosecuántos, esta vez por las duras tierras aragonesas, al macizo del Moncayo. Cinco amigos, cinco bicis de montaña, una furgoneta y permiso laboral y familiar para tres días de ausencia, gran combinación para pasarlo bien.
Nico, Miguel, Juan Manuel y yo mismo, esta vez con el añadido de David que se atrevió a embarcarse en los tres días de palizones, muy bien, estuvo a la altura. El reparto habitual de roles, que tras varios años tenemos ya rodado: Nico como organizador general, primer GPS, sherpa y relaciones públicas con nuestro contacto local Moncayoman (gracias Raúl, fantásticos los tracks y el apoyo logístico y moral), Miguel como meteorólogo residente, pulidor de mapas e interpretador de paisajes, Juan Manuel como encargado de transportes y segundo GPS, y yo mismo en la logística de alojamientos y cronista, cada año estoy más perro y me cuesta más darle a la tecla. David como Bier Provider, este primer año más bien como aprendiz del oficio.
Tres rutas para tres días por el interior del macizo del Moncayo, muy duras las dos primeras (2.000 mts de ascensión cada dia), más llevadera en teoría la tercera, que luego nunca es así. El panorama era exigente, pero no tanto si piensas que en El Soplao te haces exactamente lo mismo, pero concentrado en un solo dia.
Bien el hotel Condes de Visconti, un antiguo palacete-convento en el casco viejo, tipo boutique, con una encargada simpatiquísima, joven y muy aragonesa deseosa de ayudar y arreglar los problemas, da gusto, desde que existen los Booking y los Tripadvisor la gente del turismo está deseosa de lograr buenas puntuaciones, y los hoteles con encargados bordes y habitaciones cutres sencillamente desaparecen. Y aquí vino el primer e inesperado problemón: solo había camas de matrimonio, había que dormir de dos en dos sin remedio, el hotel estaba lleno. Hicimos ver a Pilar que éramos todos hombres, y ciclistas, pero ella nos dijo que eso no indica nada, que últimamente en la recepción de un hotel se ve de todo. Ya nos veíamos eligiendo pareja de baile y construyendo un tabique de almohadas, pero al final todo se arregló con buena voluntad: pusieron una cama supletoria y nos regalaron otro cuarto, la suite nupcial, Miguel fue quien disfrutó la gran cama, la salita y el jacuzzi, creo que a solas.
Y vamos a la ruta, que me demoro con los preparativos, debe ser que me da pereza enfrentarme al palizón. Desayuno contundente con jamón de Teruel, allí estaba de nuevo Pilar para preparar el café (¿pero cuándo duerme esta mujer?), bollos y de todo, breve preparación de las bicis y salimos los cinco con la fresca remontando junto al paseo del río. Parada en la plaza de toros, curiosísima, una corrala octogonal donde de verdad vive gente, miradas a los GPS y primer cortocircuito: nosotros salimos por los chiqueros y Nico sale por los toriles y se nos pierde (él dice que los perdidos éramos nosotros, pero son matices). Por fin salida de la ciudad los cinco a tren por los corrales de ovejas, las eras, las huertas, los olivares y finalmente los trigales, todo por ese orden, se repetirá en todos los pueblos que vayamos abandonando.
Pistas anchas que alternan con veredas estrechísimas, cruce de acequias, subidas duras y llegamos al Pozo de los Aínes, curioso lugar, imaginaos en medio de los trigales una sima profunda, como treinta metros, con el agua cayendo en cascada y el fondo lleno de helechos y verde tropical. Todo muy bien preparado para el turista, con escaleras y barandillas de metal, cuando bajábamos alguna célula detectó nuestra presencia y los altavoces se pusieron a explicarnos la leyenda del lugar, con amores desgraciados de princesas cristianas y pretendientes moros, ¿o era al revés?. Nos encantó el sitio y el esfuerzo turístico, en cualquier sitio pagas por ver esto 15 euros.
Nos internamos por el macizo del Moncayo y el paisaje empieza a cambiar, suelos duros y muchas encinas, agua por todas partes en arroyos, charcas y embalses, pequeños pueblos edificados en alto alrededor de la iglesia, siempre con torre de ladrillo mudéjar, Grisel, San Martín, Lituénigo, Trasmoz, primero en ladrillo y adobe, después en pizarra, el paisaje marca los materiales. ¿Y porqué los pueblos están siempre en alto? nos preguntamos. División de opiniones, unos creen que para evitar las riadas, otros creemos que por motivos defensivos, los moros para defenderse de los cristianos o viceversa, depende de a quién le tocara estar dentro, aquí se ve la historia por todos los rincones, y diez horas sobre una bici dan para mucho.
Enfilamos dirección hacia el Moncayo por caminos con bonito nombre, la “senda de los oficios” y luego la “senda de los embalses”, pasamos Trasmoz y nos da tiempo a hacer turismo entrando en el Monasterio de Veruela (1,8 euros), con claustro gótico muy bien conservado y un museo del vino de Borja, donde desgraciadamente no dan una cata gratis, tienes que comprar. Vamos teniendo hambre, así que decidimos llegar a Añón y allí buscar quien nos alimente, hoy solo llevamos barritas, escaso premio para tanto pedaleo. En el pueblo hay hermosa iglesia y bravo castillo, pero ningún bar, al fin preguntando nos dirigen al Hotel Restaurante El Comendador, mala idea. La pinta es buena, pero no tienen allí ninguna gana de atender al personal, pedimos algo de comer pero nos dicen que el cocinero “tiene toda la cocina empantanada con los menús del día”, miramos alrededor y solo hay una parejita comiendo el menú del dia, así que este hombre se empantana con poco, o nos está dando un mensaje claro: o pedís el menú, o no coméis. Como nos espera aún la gran subida del dia no queremos llenar mucho la tripa, y además, como que no se nos pone en los mismísimos hacer lo que el señor chef quiere, así que nos tenemos que conformar con unas bravas y unos calamares congelados, eso sí, con varias cervezas Ambar para hacerlos pasar.
Poco reconfortados afrontamos la gran subida siguiendo fielmente el track, primero por los arrabales del pueblo, pisando huertas y acequias, luego por un cuestón inciclable (Raúl tío, no nos putees, que a diez metros estaba la pista!), todos sabemos que aquí empieza la gran dificultad montañosa del dia, seis kilómetros de pura ascensión que no cede ni un metro. Las capas vegetales se van sucediendo, encinares, robledales, pinar, allá la pista gira y cambia de vertiente y me engaña, digo en voz alta “ya se ha acabado, no era tanto”, iluso, allí es justo donde empieza lo gordo, es lo que tiene ir sin GPS, que vas engañado, pero yo la verdad lo prefiero. Ahí son ya las alturas peladas, el silencio y el susurro del viento, hace frío y niebla, cada uno va por separado luchando contra sí mismo y contra las ganas de bajarse, me recuerda los grandes puertos de El Soplao. Al fin coronamos el collado de La Estaca y ya es llaneo por las cuerdas de la cordillera, cambiando de valle, subiditas y bajaditas, pero nada que ver con lo que acabamos de pasar.
Y por fin nos reagrupamos arriba y nos tiramos cuesta abajo por bonitos senderos, y tras una curva aparece el pueblo de Talamantes, fin de jornada, qué alegría ver su plaza, su iglesia, su castillo arriba de la peña, se acabó por hoy el suplicio, salvo para algún chalado que quiere redondear los 2.000 metros de ascensión en el GPS y se pone a subir y bajar las cuestas del pueblo.
Talamantes merece comentario aparte, un pueblito precioso con solo 65 habitantes de derecho, muchos menos de hecho a juzgar por lo que vimos por allí. Sin embargo, y al igual que todos estos pueblos de montaña aragoneses aparece muy cuidado, con las calles asfaltadas y limpias, la iglesia restaurada y un ayuntamiento con salón comunal y wifi gratis en la plaza. Parece que los Gobiernos de Aragón o las Diputaciones están cuidando este tema e inyectando presupuesto. Tiene también un pulcro albergue municipal regentado por una simpática pareja con niña, zaragozano él (Arturo), cubana ella (Bárbara), encantadores nos reciben, instalan y alimentan, menudo tapeo, menuda cena y menudo desayuno-almuerzo de huevos con embutidos fritos, Barbara es gran cocinera y se lo toma muy en serio, se viste de chef con gorro alto cada vez que entra en la cocina.
Reconfortados con las cervezas y la cena nos acercamos a la plaza a usar el wifi y luego al salón-bar del ayuntamiento a tomar unos pacharanes con Arturo, hablar un poco y ver las nostálgicas fotos de la escuela del pueblo hace noventa años, a reventar de niños en pantalón corto y con moratones en las piernas, y de niñas formalitas y con coletas. Y finalmente nos acostamos en las literas a hacer fuerzas para mañana, el dormitorio es común pero somos los únicos clientes del dia, y como estamos muy delgados no roncamos, así que pasaremos muy buena noche, más nos vale…
67 kilómetros, 2000 metros de ascensión, diez horas sobre la bici, una mañana relativamente placentera con toda la tralla reservada para la tarde, una subida agónica y una experiencia estupenda, nuevos paisajes, nuevos pueblitos, muchas cosas para salir de la rutina y temas frescos para charlar con los amigos y escribir blogs, ¿se puede pedir algo más?.
Aquí todo el mundo a hacer su trabajo: Tú a pedalear y a escribir y nosotros a leer.
ResponderEliminarLo de los pueblos en alto yo también lo he pensado muchas veces y creo que es por el aspecto defensivo; están todos recogiditos y en alto para poder repeler agresiones. Porque desde luego, sería mucho más cómodo que cada uno viviera junto a su huerta en la vega.
De todas formas, no siempre es así, porque por ejemplo, en Galicia, los concellos apenas tienen un núcleo que digas "estoy pasando por el pueblo", y no sabes dónde está la fuente o dónde la tienda de comestibles; es todo una sucesión de casas dispersas. Pero bueno, esto ya lo descubrirás cuando os cicléis el Camino de Santiago :o)
Muy buena crónica si señor!!
ResponderEliminarUn placer leerte, un placer estar con vosotros, y un placer a ver os sido de ayuda.
Desde http://moncayoman.com un saludo muy fuerte!!