Ultima etapa del viaje en un dia de muchas
decisiones, como ya dije en anteriores posts somos trabajadores por cuenta
ajena (casi todos) y nuestro tiempo es limitado, así que hoy tocaba completar
la etapa, tomar un taxi a Almeida, coger allí nuestros coches y salir para
Madrid a escape, que mañana es lunes y hay que trabajar.
Tras la gran dormida en Casa Petrus Guterri
de Castelo Novo la diana de los whatsapps empezó a sonar tempranito, la Senhora
María no nos puso la excusa de esperar al pan y se apuntó al madrugón.
Al
juntarnos en el salón de la casa, que está en la tercera planta con vistas a
todo el valle, allí teníamos otro megadesayuno de panes (el pan de Portugal se
parece mucho al gallego) y de bizcochos caseros, las mermeladas esta vez de
fresas y de pessegos, con los trozos de melocotón enteros para masticar y
muchas otras cosas ricas. Masticamos y masticamos y nos preparamos buenos
bocadillos de jamón y queso para llevar, ya se que en los hoteles te miran mal
si lo haces, pero éramos los únicos clientes y el pan que dejáramos se iba a
tirar.
Adiós a nuestra hostelera y bajada por el
pueblo para tomar la carretera hacia el oeste, tras algún bucle extraño que
hicieron los trazadores de nuestro track nos encontramos en la pista para Sao
Vicente da Beira y entramos en el primer
pueblo, Lourical do Campo. Empezamos a callejear y nos encontramos con un gran
gentío, parecía una manifestación política pero no llevaban pancartas sino
mochilas y neveras portátiles. Les preguntamos si están evacuando el pueblo por
una peste o por aviso de bomba, pero nos dicen que es una “Caminhada”, una
especie de excursión colectiva de todo el pueblo. En Portugal siguen haciéndose
lo que llaman “Scoutadas”, los Scouts siguen teniendo allí
mucha fuerza, no
como aquí que la juventud se ha dado al vicio y a la mala vida.
Van cayendo los pueblos y las subidas, S.
Vicente de Beira, Partida, pero todo nos parece llevadero porque tenemos en
mente la gran tachuela de hoy, el ascenso a las primeras estribaciones de la
Serra da Estrela, una subida larga y penosa por pistas en la que habrá que
empujar bicicleta seguro. Esta etapa tiene 1.500 mts de ascensión, y al paso
que llevamos tienen que estar al final.
Entramos por fin en el último pueblo y vamos
callejeando, preguntamos dónde empieza la subida al puerto y los paisanos son
indican el camino con sonrisitas, ellos saben la que nos espera. Comenzamos la
ascensión por pistas de tierra con porcentajes de hasta el 20%, algunos
directamente se bajan desde el principio, otros tratamos de aguantar por
vergüenza torera pero caemos también unos metros más allá, y Miguel y Joaquín
mantienen el tipo y no se bajan, quieren demostrar que los de San Martín de
Valdeiglesias desayunan estos cuestones todos los días.
La pista se convierte en simple cortafuegos y
entra en zonas de eucalipto con lo que a la dureza de la rampa se une el calorazo
y el reseco, y nosotros venga a meter riñones empujando, aquí tienen desventaja
los de las alforjas, esto es un auténtico via crucis aunque el peso lleve
ruedas. Miguel sigue empeñado en no echar pie a tierra pero va a la par de los
caminantes, ciclar ahora es tan lento como andar, pero mantiene la estética.
Y por fin después de cien rampas coronamos en
la cuerda y vemos los molinos de viento, o las turbinas esas, normalmente nos
gustan, primero porque indican el fin del suplicio, segundo porque a su
alrededor suele soplar la brisita. Están montando una, hay camiones y una gran
grúa, piezas por el suelo, todo de tamaño Goliath, ¡lo que les habrá costado
subir todo esto hasta aquí, si a nosotros nos pesaban nuestras bicis!.
Comemos los bocadillos distraídos del
desayuno mirando desde lo alto todos los valles, nos hacemos
muchas fotos y
llamamos al taxi para que nos esté esperando abajo, en Dornelas, pongamos en
media hora, porque ya todo es bajar y bajar…
Los que iban siguiendo fielmente el track ya
sospechaban que no era así, primero, porque aún quedaban casi 300 metros de
ascensión según el programa, y segundo, porque nunca nunca las cosas son tan
fáciles como parecen en estas rutas. Seguimos la línea en los GPS y vemos que
no baja, sino que empieza a subir por las crestas en el camino de servicio de
los molinos, y esto ya no era lo esperado, dientes de sierra por esas pistas
anchas pavimentadas con grava gruesa, el sol pegando de plano y mucho calor,
interminable se nos hizo esa parte.
vertiginosa e
interminable por los pinares y entramos en el pueblo, hay que tomar algo y
luego buscar el taxi. Como es domingo están todos los bares cerrados así que
nos ponemos a subir al barrio alto donde nos aseguran que el restaurante “Dos
Amigos” sí que abre, en aquellos rampones torturadores vemos rastros de
actividad minera, vagonetas abandonadas, enfrente una gran escombrera gris.
Ya a la vista del restaurante, que en efecto
estaba abierto, nos cruzamos con una gran furgo Mercedes muy vistosa que pega
un frenazo, resulta que es la nuestra. Al volante Cristina, nuestra taxista,
que nos deja echarnos unas cervecitas para tragar el polvo y se pone ella misma
a subir las bicis, vaya meneo que tiene. Dudamos si comer aquí, el restaurante
tiene una pinta estupenda, pero nos agobia lo lejos que estamos de casa, así
que acabamos de subir bicis y mochilas y ocupamos el interior, qué lujo,
estupendos asientos, aire acondicionado, las conversaciones van decayendo hasta
que quince minutos después casi todos duermen. Cristina nos cuenta que ella era
minera de las minas de wolframio del pueblo, pero que se ha comprado esta
espléndida furgoneta y se ha reconvertido a empresaria, la creemos, es pequeña
y delgada, pero con unas manos como palas.
Y así en esa paz vamos devorando kilómetros
con el gusto de no ser nuestras piernas las que impulsan el avance por primera
vez en cuatro días. Llegamos a Almeida y pagamos a Cristina su moderadísima
tarifa, ahí dejo foto con su contacto, no dudéis en acudir a ella si necesitáis
transporte por el centro de Portugal. Recuperamos nuestros coches y miramos un
poco la tele en el hotel Muralha tomando algo y qué cosas, ahí están Rajoy y
Sánchez y El Coleta, nada ha cambiado en España en cuatro días, qué pereza.
Vuelta hasta Madrid con alternancia en el
volante y bastante conversación, nadie tiene ya sueño después de la dormida
portuguesa. Llegada aún de día y parece mentira que hace cinco o seis horas estuviéramos
en lo alto de una montaña en otro país viendo los valles, mañana a trabajar y a
recuperar las rutinas y esta noche a dormir con la familia, bien está el
cambio, que de tanto dormir con tíos peludos corre uno el riesgo de
acostumbrarse!.
eucaliptos y las
interminables subidas del día. Un total de 280 kilómetros y 5.350 metros en los
cuatro días, y no cuento los kilómetros de natación que tuvimos que hacer por
los charcos y ríos. Una zona de Portugal aún por descubrir para el ciclismo de
montaña, pero también para el senderismo o para el viaje turístico en coche,
mucha naturaleza y mucha historia, algunos probablemente vuelvan pero seguramente
con otra compañía, hay tiempo para todo!.