Segundo dia de nuestra excursión
ciclista por el Alto Tajo y los Universales, para mí el mejor de los tres, por
paisajes y por ganas. El dia anterior había sido extraño, por el viaje previo
en coche, por los largos tramos de carretera… este en cambio fue estupendo del principio
al final. Seguimos por tierras aragonesas, pero saltando a Cuenca de vez en
cuando, el tiempo de momento fresco y bueno para la bici, pese a los
pronósticos de momento no llueve.
Tras un copioso desayuno en
Bronchales (¿qué es eso de copioso?), nos pusimos a preparar las bicis, que
habíamos dejado durmiendo en la discoteca del propio hotel, me hice una foto
junto a la jaula de las go-go girls, el tiempo no pasa por algunos sitios. Foto
delante del hotel, pagar, despedida y a tirar para arriba por la pista que sale
detrás del pueblo y sube de firme hasta alcanzar los pinares altos de la
sierra. Bonitas praderas alpinas y pinos cerrados, el suelo barroso y mojado
hasta llegar a la Fuente de los Maquis, en honor de los últimos los
guerrilleros republicanos. Hay pequeños ríos por todos lados, con el cartel de “Aguas
de Alta Montaña”, eso son truchitas bravas y difíciles de pescar.
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Tras las duras subidas toca una
larga y agradable bajada por los pinares hasta Noguera, por el camino
encontramos varios abrevaderos hechos con troncos de pino y un chorrillo que
dice “Fuente Amarga” o “Fuente de Hierro”. Brota de un caño en la pared, y
tanto el cuenco como el terreno alrededor están salpicados de rojo, aunque el
agua parece clarísima. Con mucha curiosidad nos ponemos a beber y en efecto,
sabe como si chuparas un tubo de hierro, ¿cuándo he chupado yo un tubo de
hierro? pues no se, de pequeño, la sensación se me quedó. Fortalecidos por tan
férrea bebida entramos en Nogales, un pueblo serrano y aragonés, aquí debe
helar de firme, porque las aceras tienen barandillas como si fueran escaleras,
para no resbalar. La iglesia tiene un curioso reloj de sol (dice “Almanaque San
Román”, como si fuera algo patentado) con los meses del año y unos números
misteriosos, a ver quién averigua para qué sirven, bueno, servir para nada,
porque le falta el gnomón. Hablamos con una
señora sobre unos troncos retorcidos que tiene a la puerta del garaje, dice que
es madera de jara, ideal para hacer chuletas en el monte. Le hago una foto con
ellos “¡no me saques a mí!”, lo siento señora, ya está hecha, hasta estos
pueblos ha llegado la preocupación por la imagen.
El track marca salida por arriba
del pueblo, o mejor dicho, trepada por la ladera del valle hasta llegar a una
carreterilla junto a un humilladero de ladrillo, humillados nos deja a nosotros
la subida tan violenta. Seguimos por pistas y pinares, de cuando en cuando
aparecen zonas de fina pizarra muy negra pobres en pinos, como si hubieran
hecho un vertido de alquitrán en ellas, quizá sean pizarras bituminosas, no lo
diremos muy alto para que no vengan aquí los del fracking a devastar el bosque.
Mas subida por pistas y llegamos al punto más alto de hoy, sobre los 1.700
metros, miramos el paisaje, nos oxigenamos y nos tiramos cuesta abajo otra vez.
Por caminos llanos llegamos ya al
pueblo de Griegos, no sabemos porqué se llamará así, pedaleamos perezosos por
las vegas y me paro a leer la inscripción que hay en una cruz de cemento junto
al camino, vaya, que triste y qué bonito, la levantó en 1957 “la juventud de
Griegos” in memoriam por Maria Soriano, de 18 años, muerta en este mismo sitio
alcanzada por el rayo. Más poética parece esta cruz que los cientos de ellas
que hay por las carreteras conmemorando accidentes de tráfico, pero en efecto
el cielo está encapotado y el terreno es muy abierto, así que aceleramos el
paso, no vayamos a correr la misma suerte.
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Atravesamos el pueblo sin parar y
luego ciclamos por la dehesa boyal hasta llegar finalmente a Guadalaviar,
muertos de hambre y con ganas de echar algo al cuerpo que no sean barritas y
agua. Preguntamos por allí y nos dirigen a un bar muy majo y alternativo, con
una bandera del Ché en la pared, un bajo eléctrico colgado de un gancho y un
tabernero joven y con las orejas llenas de pendientes que nos ofrece todo tipo
de
bocadillos calientes, pinchos, cervecitas heladas y buena conversación, el
bar es alternativo, pero serio en lo fundamental, en la comida. De postre una
compota de manzana receta de su abuela que está de muerte.
Sin tiempo para la digestión
salimos por las mesetas altas buscando el nacimiento del Tajo, el paisaje ahora
es de dehesa abierta, aquí deben de pegar fuerte el viento y el frío porque hay
sabinas rastreras que han preferido
crecer a lo ancho y no a lo alto y forman un curioso paisaje, como si el suelo
estuviera lleno de gigantescas boinas verdes. Un laguito, un regato y nos
enteramos por los carteles de que aquí nace el Tajo, quién lo iba a decir. Hay cinco
desproporcionadas estatuas monumentales pintadas de gris: el Padre Tajo, un
toro, un caballero, un cáliz, una península de España, seguramente todo esto
tiene un significado, pero vaya usted a
saber cuál es, todo junto parece una tienda de los chinos. De todos los
nacimientos que veremos en este viaje el del río Cuervo es el único que lo
parece de verdad, un nacimiento como es debido: un chorro de cascadas que salen
de la roca haciendo ruido, los demás son sólo charquitos. Por otro cartel (qué
exceso de información), me entero de que las truchas comunes pueden ser de tipo
atlántico o mediterráneo, y que hay aún una variante aragonesa.
A la bici de nuevo y a seguir
subiendo, y esta vez entramos en la parte más bonita y agradecida de la ruta,
las navas de Valtablado, una gran llanura verde rodeada de bosques a mucha
altura, el tiempo un poco neblinoso pero con mucha visibilidad, vamos ciclando
lentamente por los márgenes y viendo cosas: rebaños de ciervos, un zorro que
atraviesa corriendo los prados, caballos y vacas, un paisaje de película de
Canadá. Llegamos a unas casas cerradas, pero recién restauradas para
alojamiento rural, son unas antiguas salinas, hay unos estanques preparados
para salar y agua, mucha agua por todos lados. Y barro, muchísimo barro, las
ruedas de las bicis han adquirido una gruesa capa de barro y de grava, pesan
varios kilos más de lo habitual, y se atascan los pasos de rueda. Me gustan los
filetes empanados, pero las ruedas empanadas no son divertidas, cada poco rato
hay que parar y con un palo quitar lo posible. La marcha es penosa, pero el
paisaje nos compensa sobradamente.
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Pasamos muchas portillas y ninguna
tiene candado, yo voy pensando “que gente maja los aragoneses, en Madrid y
Avila cada dos por tres tienes que saltar vallas, aquí se fían y están abiertas”,
pero veo por los carteles que estamos de nuevo en Cuenca, en el Parque Natural
de la Serranía, para que te fíes de los tópicos. En esta última parte de la
ruta volvemos a remontar hasta los 1.700 metros, y a estas alturas las piernas
ya no responden igual. El paisaje ahora sí es típico del alto Tajo, grandes
plegamientos calcáreos, como masa de hojaldre esponjosa que la cocinera hubiera
estado doblando y redoblando. Creo que estoy
ya muerto de hambre, este símil es
muy indicativo, vamos a llamar a Tragacete a reservar una habitación en hostal
con buen restaurante, lo estábamos aplazando porque no sabíamos si
completaríamos ruta, pero parece que sí.
Sorpresa, los hostales de
Tragacete están a rebosar el de El Gamo nos dice que tiene un grupo de ¡45
senderistas!, acaso vamos a tener que dormir sobre el sillín? Finalmente nos
ofrece abrirnos unos apartamentos que tiene, y aceptamos sin verlos, la cosa es
pillar una cama.
El camino ya por fin empieza a
bajar, y bajar y bajar, ya era hora, pasamos por el presunto nacimiento del río
Júcar, otra charquita, y pasamos por desfiladeros que mañana retomaremos en
dirección contraria. Paramos en un algo desangelado albergue y tenemos
tentaciones de quedarnos, así nos evitaríamos mañana seis kilómetros de subida,
pero tenemos apalabrado el apartamento y le haríamos al hombre una faena,
además este albergue parece muy básico, comida limitada y dormir en literas con
desconocidos roncadores (para eso tenemos los nuestros), así que seguimos
bajando y al fin llegamos a Tragacete y preguntamos a unos paseantes que nos
encaminan a El Gamo. La señora ofrece traspasarnos su recién cerrada pensión,
rechazamos amablemente, pero la dejamos jodida cuando le comentamos que
Tragacete tiene los alojamientos a rebosar, debe pensar que dónde estaban esos
turistas cuando ella era mesonera.
Hostal El Gamo, el apartamento
apalabrado resulta fantástico, tres habitaciones dobles y dos baños, ascensor y
toda la pesca. El restaurante muy bueno también, laureado por varias guías,
acierto total. Dejamos las bicis a buen recaudo, nos duchamos y cenamos como
corresponde, o sea mucho, migas con huevos, gamo a la plancha, albóndigas, todo
ligero para tener buenos sueños. El dueño nos da palique y nos comenta que van
a cerrar el cuartel del a Guardia Civil del pueblo y van a apatrullar desde
otro cuartel a 50 km., y se van a gastar en gasolina lo que antes en
mantenimiento del cuartel, esos son los ahorros de los políticos, dice.
Y así, con las piernas
cansadísimas pero el buche lleno nos vamos a la cama sin ganas siquiera de dar
un paseo por el pueblo, me toca con Juan
Manuel en el cuarto, puedo certificar que él no ronca y él dice que yo tampoco,
entramos más bien en la categoría de los “respiradores fuertes”, no como otros.
El dia ha sido duro, casi 90 kms y 1.500 de ascensión, pero el paisaje ha
compensado y hemos seguido bien los tracks, no como mañana, que resultará un
dia aciago, pero me callo que estoy reventando el artículo siguiente.
Fotos del día